En el bullicioso y misterioso Madrid, existía un niño llamado Alejandro de 12 años. Era un chico amable y risueño, pero en el fondo de sus ojos se escondía algo oscuro y perturbador. Su sonrisa encantadora ocultaba un secreto que nadie sospechaba. Un día, mientras Alejandro jugaba en las calles empedradas del centro de Madrid, fue testigo de un extraño ritual que se llevaba a cabo en un antiguo edificio abandonado. Intrigado por la escena, decidió acercarse sigilosamente para observar más de cerca. Lo que presenció aquel día cambiaría su vida para siempre. Un grupo de personas, vestidas con túnicas negras, rodeaba a un niño de aspecto desesperado. La habitación estaba llena de velas parpadeantes y el aire estaba impregnado de un aroma a azufre. Los ojos de Alejandro se encontraron con los del niño, y en ese momento, algo aterrador sucedió. Una fuerza maligna se apoderó de Alejandro, invadiendo su cuerpo y alma. Gritó en un idioma desconocido y pronunció blasfemias sin sentido, mientras su voz se volvía cada vez más gutural. Los presentes, aterrados, se dieron cuenta de que el diablo había encontrado un nuevo huésped en el corazón de Madrid. La noticia de la posesión de Alejandro se extendió rápidamente por la ciudad. Los medios de comunicación se hicieron eco de la historia, y la gente comenzó a evitar las calles donde se decía que el niño poseído deambulaba. Los lugareños se asustaban al escuchar sus gritos demoníacos en la noche y los rumores de su presencia en los oscuros callejones. Una valiente mujer llamada Sofía, una exorcista con experiencia en los fenómenos paranormales, se enteró del caso de Alejandro y decidió enfrentar al mal que lo atormentaba. Con su conocimiento y valentía, se adentró en las profundidades de Madrid en busca del niño poseído. Sofía llegó al edificio abandonado donde Alejandro había sido testigo del ritual, y se encontró con una escena aterradora. La habitación estaba envuelta en una neblina oscura y un viento helado soplaba desde las sombras. Sin vacilar, comenzó a recitar oraciones sagradas y realizar rituales de exorcismo. Mientras Sofía luchaba contra el demonio que habitaba en Alejandro, el niño se retorcía en agonía. Su voz se volvía cada vez más inhumana, y la habitación se llenaba de una energía maligna que amenazaba con consumir todo a su paso. Pero Sofía no se dejó intimidar. Después de una batalla feroz y desgarradora, Sofía finalmente logró expulsar al demonio que había poseído a Alejandro. El niño cayó al suelo, exhausto y desorientado, pero libre de la influencia maligna que lo había atormentado. La noticia de la liberación de Alejandro se extendió rápidamente por Madrid. La ciudad respiró aliviada, pero el recuerdo de aquellos días oscuros nunca se desvaneció por completo. Alejandro, aunque salvado, llevaba consigo las cicatrices de su experiencia, y la gente miraba con cautela aquellos ojos que habían sido habitados por la oscuridad. Con los años, Alejandro creció y se convirtió en un joven amable y respetado en la comunidad madrileña. Sin embargo, siempre hubo un aire de misterio a su alrededor, y la gente nunca olvidó la historia del niño poseído por el diablo en las calles de Madrid. José Pardal