Jesús no permitió que la complicada dinámica de su familia ni las críticas de sus contemporáneos eclipsaran el llamado de Dios para su vida. En lugar retarlos o tratar de cambiarlos, les dio espacio, tiempo y gracia. Todos y cada uno de nosotros tenemos hábitos que no podemos controlar, fallas que no podemos corregir, y defectos que no podemos enmendar. Así que, como Jesús, tenemos que aprender a no querer controlar la vida de nadie, ni permitir que sus críticas controlen la nuestra. Y cuando estemos atrapados con un gentío en un diminuto ascensor, agradezcamos la cercanía porque ¡es difícil odiar a la gente cuando la ves de cerca!