Gracias al sistema sensorial percibimos millones de estímulos del mundo que nos rodea, desde cambios ínfimos en la presión del aire hasta la presencia de sustancias químicas en el ambiente. En el colegio nos enseñan que nuestro cerebro cuenta con cinco sentidos para que afrontemos bien equipados los desafíos de la vida, pero algunos científicos hablan de que disponemos al menos de once.
Luces... ¡acción! Nuestro cerebro se pone a trabajar nada más abrir los ojos, que funcionan como cámaras de cine: sus lentes recogen las radiaciones luminosas que emiten o reflejan los objetos que nos rodean y las mandan al laboratorio neuronal para traducirlas en imágenes.
El tejido encargado de capturar la luz es la retina. De allí parten una cuadrilla de neuronas especializadas en detectar el movimiento; otras que responden solo al brillo; otras, al color; y otras que solo se fijan en el tamaño, la forma o la orientación. La retina lanza los datos al tálamo, el primer filtro del cerebro, la mesa de mezclas visual.
Ahí los datos se entrecruzan antes de ser proyectados a la corteza visual del encéfalo. Y entonces, voilà!, se hace la imagen. Claro que solo la fóvea, una minúscula zona de la retina, ve en alta definición.
El resto de nuestro campo de visión se procesa en baja, ligeramente pixelado, por economía de recursos. Porque si cada escena de la vida se filmase en HD, el diámetro del nervio óptico debería ser incluso mayor que el del propio globo ocular y nos haría falta un cerebro bastante más voluminoso.
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Texto: Elena Sanz
Dirección, locución y producción: Iván Patxi Gómez Gallego @ivanpatxi
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