Cuenta la leyenda que un día Quetzacóatl descendió con los toltecas haciéndoles algunos regalos: por ejemplo, les hizo dueños del frijol, del maíz y de la yuca, brindándoles la posibilidad de que nunca les faltara ningún alimento.
Gracias a ello pudieron emplear sus horas en estudiar, convirtiéndose así en grandes y maravillosos escultores, artesanos y arquitectos. Poco después, como muestra de su amor hacia los toltecas, decidió regalarles una planta que anteriormente Quetzalcóatl había robado a sus hermanos.
Sustrajo el arbusto con hojas de color rojo y la plantó en los campos de tula. Así, solicitó a Xochiquetzal que la adornara con sus flores y a Tláloc que la alimentara con su lluvia.
Con el paso del tiempo el arbusto creció y comenzó a dar sus frutos. Les enseñó a recogerlos, tostarlos, molerlos y batirlos con agua en jícaras. Fue así como obtuvieron el Chocolate, una bebida maravillosamente mágica que solo podían disfrutar los nobles, los sacerdotes y los dioses.
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